domingo, 16 de diciembre de 2012

El río de los castores

Había una vez un largo río de límpidas y claras aguas que, andando, andando... atravesaba de parte a parte un inmenso bosque; tan inmenso que a ninguno de sus moradores se le había ocurrido pensar que pudiese tener límites. El río gustaba de ser arropado por el follaje que por todas partes acariciaba la superficie de sus aguas tranquilas. Y todo el bosque se beneficiaba de aquella fuente de vida que lo alimentaba. A sus márgenes acudía una infinidad de seres, desde las diminutas libélulas a los pesados osos. Aquietaba entonces el río sus aguas y dejaba que todos sin excepción aliviaran su sed en sus plácidos y callados remansos.

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